Puedo hacerme muchas
preguntas, y para ser honesto, todas llegarían al mismo lugar y ninguna de sus
respuestas resolvería nada. Cuando vi por primera vez Searching for Sugar Man el
pecho se contrajo y el flujo sanguíneo abandonó su estado natural, la ansiedad
hizo una mala jugada y las tareas pendientes fueron abandonadas. Todo se pospuso,
incluso la hora del tarareo. Aquellos minutos fueron como horas que tardaron
días en activar la alarma que indicaba el instante justo para volver en sí.
Desconfiaba de la veracidad del artefacto despertador. Anhelaba que hubiera
sufrido algún daño. Necesitaba tiempo para pensar, más de lo comúnmente necesario,
lo razonable para resolver todas las preguntas que Sixto me había hecho. Aun no
habíamos tenido el gusto de conocernos y ya estaba preguntando. Cada pregunta
revelaba un episodio de su vida, como intentando que alguien resolviera lo que
él aún no sabía. Esperaba pacientemente escuchar todas las respuestas, o mejor
aún, quien escuchara todas las preguntas. ¿Ha hecho justicia la vida conmigo?
De inmediato no supe que responderle. Hubo un silencio abrumador, de hecho,
evadí la pregunta sin que pudiera notarlo, o quizá lo notó porque su
perspicacia era mejor la que mía. No insistió. Tomó su guitarra y un papelito
en el que antes vi que estaba escribiendo talvez unos versos, pero eso no puedo
asegurarlo, lo dobló guardándolo en el bolsillo interno de la chaqueta que
siempre llevaba consigo, incluso en las mañanas más tristes del verano. Los
parlantes comenzaron a adornar todo el lugar, era una música misteriosa y
desconocida, pero inquietante. Nada ni nadie sabía que Sixto había emprendido
una búsqueda hace muchísimos años y que pagaría el precio. Encontrarnos era su
propósito, sin embargo, nadie sospechaba sus intenciones. Las cloacas, los
bares donde se muere antes de pagar la cuenta, los tejados rotos, las casas de
los miserables que alojan a los desprotegidos, las calles que todo el mundo
evita, eran los lugares que había señalado en el mapa de su destino y seguro
allí nos encontraría. La iluminación del lugar era tenue y cada quién observaba
a su manera. Todos guardaban silencio e incluso, al encontrarse la puerta
abierta ninguno escapó. Cada vez era más profunda la hipnosis. Al escuchar el
sonido que comúnmente se escucha cuando se cierran las puertas, me asomé por la
ventana para verle caminar en la nieve. Me confundía el hecho de saber que no
tenía una respuesta. La esquivé porque no quería mentirle. Rasgué un pedazo de
papel y escribí con lápiz rojo, del mismo modo que lo hacían las maestras para
resaltar que hay que estar alerta. ¿Ha hecho justicia
la vida conmigo? Pasaron horas antes de poder escribir algunas líneas
que resolvieran el enigma, lo noté porque el cenicero era el único reloj que
tenía a la vista. Aun sintiéndome plenamente confundido, decido escribirle una
carta.
14
de abril de 2015
Querido Sixto,
Ya te preguntarás porque he
guardado silencio cuando has necesitado obtener una respuesta, es solo que me
he preguntado lo mismo y cuando las mismas preguntas se encuentran frente a
frente, lo mejor es separarlas para que no se confundan. Por la forma en que
has puesto cada sílaba en su lugar, intuyo, y espero no equivocarme, que preguntas
porque ya sabes la respuesta y por ello no has insistido. De si la justicia
realmente hace de las suyas en nuestras vidas, es algo a lo que podría
responder: no estoy seguro, y aunque muchos digan que todo llega en el momento
justo, en el instante preciso, y aunque apuremos el destino, no gastará afanes
para complacernos. Ser nosotros mismos es una forma de dialogar con el, de
tomar atajos. Ser consecuentes con nuestros actos es la mejor estrategia. Barajar
las cartas hasta sentir que es hora de repartirlas es la jugada más
inteligente. Ya has hecho lo tuyo, y saber que no esperabas tanto. Sixto, no
has podido decirlo mejor, has puesto lo mejor de ti para hacer lo que te
complacía. Existen seres humanos de todos los tipos, los que crean con el fin de obtener siempre algo a
cambio y los que crean. Lo esencial es mantener la aventura y olvidarse de los
estereotipos. El peor daño que un hombre puede hacerse es crear olvidándose de
sí mismo, es por ello que la vida ya ha hecho justicia, ya ha barajado sus
cartas, el cómo mezclarlas para ganar el juego es la estrategia. Quizá llevas
años pensando en lo que podría ser, pero ello no ha permitido que la vitalidad
desaparezca, tu vitalidad. Sixto, he pasado horas y días enteros sorteando
alguna idea que pueda iluminarme, organizando palabras inconexas y frases sin
sentido que puedan decirme algo, que hablen de mí, del mundo que me rodea. No
espero nada de nadie, solo espero que lo que escriba pueda decirme algo, algo
sobre lo que soy, no porque no quiera decir a quien ya está dispuesto a
escuchar, es solo que primero debo encontrarme conmigo para reunirme con los
demás. No puedo dejar de pensar en tu canción cuando te preguntas cuantas veces
te han derrotado, y cuantos de tus planes fracasaron…! I Wonder, I Wonder… una
canción que me inspira a celebrar, a bailar, a verme en el espejo y preguntarme
por esa imagen que se refleja. La vida Sixto, es más simple de lo que podrías
creer. Todos los laberintos tienen una salida, a veces tardamos más tiempo en
encontrarla y otras veces hacemos un alto en el camino ignorando que se
encuentra solo al doblar la esquina, solo que no la vemos. No hay que apurar el
viaje, ni pedirle al rio que deje de correr. No sé si haya respondido a tu
pregunta, lo que sí sé, es que tengo unas tantas otras para hacerme y esperar
pacientemente que lleguen las respuestas.
Al finalizar, todas las sillas
estaban repletas de signos de interrogación, los sentimientos de los asistentes
estaban descontrolados y el silencio fue cada vez más incomodo, las palabras
tardaron en ser expuestas. Nadie quería romper el silencio. La luz se encendió
abruptamente. En la pantalla no apareció el subtitulo que indicara el fin. Se
encandilaron las miradas. Posteriormente en los pasillos, no se hablaba de otra
cosa, como si todos hubieran presenciado la aparición de un fantasma. Algunos
no tenían la disposición de continuar con sus labores, otros, menos optimistas,
deseaban mejor dormir para evitar pensar, y los menos conformistas, buscaron de
nuevo a Sixto. Semanas después de cuando se marchó sin decir palabra y caminó
por la nieve en contravía de la tempestad, esperé que regresara para decirle
que ya le tenía una respuesta, que ya había tenido el tiempo suficiente para
pensar y que he guardado silencio por temor a mentirle de la peor manera, pero
no regresó. Guardé la carta en la caja donde guardo todas las respuestas, quizá
alguien pueda encontrarlas algún día.
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